Pablo y sus cuadernos
Bailando con Andrés Barba
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06/04/2015
BAILANDO CON ANDRÉS BARBA
El 3 de abril de 2006 puse fin a mis primeras cinco horas de baile con Andrés Barba. En cinco horas y siete minutos, y en períodos que oscilaron entre los nueve y los cincuenta y tres minutos de lectura, terminé su formidable primer novela: “Ahora tocad música de baile”. Han pasado nueve años y casi sólo recuerdo que me encantó, que sentí envidia por un autor que entonces era bastante más joven que yo (ahora ya no tanto; ahora ya no, tonto) y que escribía de una manera que -y esto es lo peor- sigue utilizando. Me vuelvo líquido ante tanta solidez. La historia está bien, claro, pero qué manera de contarla, qué dominio del lenguaje para envolvernos con las sensaciones de los personajes. Andrés Barba nos permite adentrarnos en los personajes y reconocer sus/nuestras vergüenzas con una prosa clásica, fluida, literaria, consistente. Andrés Barba es un gran psicólogo, un traductor del alma humana usando el lenguaje con una maestría insólita.
Bueno, “Ahora tocad música de baile” no era en realidad su primera novela, si entendemos por primera novela la primera novela, un concepto tradicional, pero sí la primera que leí. Mucho más tarde leí la primera, una de las últimas en realidad, “La hermana de Katia”. No sé cuánto tiempo bailé con la hermana de Katia, pues hace años que dejé de cronometrar mis períodos de lectura. Era incómodo, no me refiero a bailar con Katia -de la que nunca llegué a conocer su nombre-, eso fue un placer, aunque a veces un placer triste, pero disfrutaba acompañándola a la Plaza Mayor de Madrid, o al viaducto, lo que era incómodo era cronometrar las lecturas, aunque con resultado divertido. Si sonaba el teléfono (¿por qué tienen que sonar los teléfonos justo en el momento en el que suenan y entonces recordamos que se nos olvidó apagarlo?) debía parar el cronómetro, en fin. Sí sé que terminé de leer “La hermana de Katia” un 12 de octubre. Me gustó mucho “La hermana de Katia”, aunque tiene algo de primera novela, tal vez porque -si usamos el concepto tradicional de primera novela: el de la primera que se ha escrito- efectivamente lo es. “Ha dejado de llover” la terminé de leer un 18 de octubre, y aunque la solidez de la narrativa de Andrés Barba seguía allí, en aquellos tres cuentos largos que no son una “novela de nouvelles” como se nos indica en la contra, parecía la solidez de una inercia larga, un libro a la altura de un gran escritor, pero no a la de Andrés Barba, tan alto, tan joven, tan viejo.
Pero pronto llegó agosto. Un noviembre leí “Agosto, octubre” y Andrés Barba, el joven maestro, de nuevo apareció en su maestría total, ya mucho mayor que yo. Qué estremecedoramente hermosa novela, qué iniciación a la vida la de este personaje que volvió en octubre a la playa. Volveré a leer esta novela, ya anotaré en la página de respeto, a lápiz y con buena letra pequeña, pues respeto mucho la página de respeto, en qué mes termino de releerla.
He conocido a Andrés Barba y, ya habiéndolo conocido y habiendo comprobado que es de mi edad o un poco mayor -aunque si atendemos a un concepto tradicional de la edad sigue siendo más joven- y alto y muy amable, he vuelto a leerlo. Lo último que he leído de Andrés Barba es su última novela, pues soy un hombre ordenado (así, como ejemplo de orden innato, puedo decir que mi primer apellido comienza por A y el segundo termina por Z), “En presencia de un payaso”, una novela que, a pesar de ser como esperaba: sólida, me la he bebido. Qué comparaciones, qué manera de describir sensaciones, qué historia tan bien construida. El payaso y los límites, el científico y la realidad más mundana, el tendero y el mundo, el mundo siempre ahí, girando y Andrés Barba haciéndose viejo, y yo también, ya ni uso el cronómetro, pero sí la página de respeto, donde anoté que he terminado de leer la novela el 2 de abril de 2015, justo nueve años después de terminar mi primer baile con Andrés Barba.
Lo mejor es saber que un autor tan viejo como Andrés Barba todavía tiene tiempo es tan joven- de escribir un buen puñado de buenas novelas, y que me queda alguna antigua por leer, y voy a buscarla, ahora, bueno, ahora no porque escribo desde el epicentro de la madrugada de un lunes (qué mentira, en realidad es miércoles por la tarde, pero qué pereza calzarme ahora las zapatillas de deporte, el cronómetro que ya no uso cuando leo pero sí cuando nado o corro -nunca nado y corro al mismo tiempo, ya dije que soy un hombre ordenado- y unos vaqueros menos rotos, y una camiseta menos arrugada, y acercarme a una librería amiga y decir amiga, me llevo este libro de Andrés Barba, por ejemplo “La recta intención”, que estoy deseando leer, aunque no son horas de leer, y eso que leo descalzo, o no).
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